Cristian Orozco

Cristian Orozco, un periodista cuentero

Por Joselin Cuartas B.

Enero 15 de 1999 en Colombia; magnitud 6.2 en la Escala de Richter. El departamento de Quindío fue el más afectado. Los medios de comunicación registraron la tragedia, las calles destruidas, los caminos cubiertos de escombros y los rostros angustiados. El terremoto del Eje Cafetero marcó la historia de Colombia; también, la infancia de Cristian Camilo Orozco Escárraga.

 

Nació el 24 de marzo de 1993 en Calarcá, también conocido como la villa del cacique y cuna de poetas. Este municipio del Quindío es el escenario de hermosos paisajes y grandes casas de colores vibrantes. Cristian tenía apenas cinco años cuando ocurrió el sismo. Entonces, la vida solo se trataba de salir a la calle, correr, montar bicicleta y jugar fútbol con sus primos y hermanos. Sus padres nunca lo cohibieron de hacer lo que otros niños hacían, intentaban que fuera independiente. Pero, cuenta Cristian, fue hasta que ocurrió el terremoto que desarrolló esa independencia y aprendió a hacer las cosas por su cuenta. 

La suya fue una infancia muy bonita. Lo complicado fue en el colegio, me dice, allí algunos profesores no se prestaban para ayudarle o apoyarlo cuando los otros niños le hacían bullying. Le tocaba defenderse mientras, poco a poco, los compañeros y los profesores se adaptaban a él. 

Y es que una extraña enfermedad, que afecta a uno de cada diez mil recién nacidos, llamada glaucoma congénito, provocó que Cristian perdiera un alto porcentaje de su capacidad visual y, aunque muchos lo consideraron un impedimento para realizar su vida, Cristian ha sabido demostrar que no es así. Estudió desarrollo de softwares y sistemas de la información en el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), en el que se destacó por sus logros. Luego, en 2004, ingresó a la Universidad del Quindío para estudiar Comunicación Social y Periodismo. Su experiencia académica lo volvió un apasionado de la literatura y la tecnología. 

Fue cuando estudiaba en el Sena que tuvo su primer encuentro con la literatura; tenía dos amigas que leían mucho y alguna vez le preguntaron por qué él aún no lo hacía -Cristian se dedicaba a escuchar música y jugar ajedrez-, ellas le mostraron algunos libros con los que podía empezar. 

En el colegio había leído, muchas veces sin terminar, El Quijote, Cien años de soledad, La odisea, pero ninguno cautivaba su atención. Cuando adquirió el hábito, empezó a leer a los autores conocidos, pero no sus obras más famosas, sino aquellas que la mayoría no había leído. Devoraba libros enteros, uno tras otro, casi diez por mes. 

Cuando entró a la universidad le cambió el chip, abandonó el mero consumo de libros por una lectura profunda y crítica, esto gracias a las enseñanzas de su profesor de Redacción I, quien le hizo entender que de nada sirve correr para terminar un libro si, luego, no se crea literatura y crítica a partir de ello. 

Pero escribir cuentos no era lo suyo, escribía con un enfoque periodístico, como aprendió en la facultad. Sin embargo, tenía la ‘cosita’ de por qué no intentarlo. “Y la borré”, dice jocoso; había intentado escribir y creyó que aquellas dos páginas podían convertirse en un libro, hasta que las leyó. 

Y es que Cristian, un joven de 27 años, con la estatura promedio para su edad y un cabello de color negro que contrasta con el blanco de su piel, es periodista y practicante de Judo paralímpico, pero no es un escritor… no todavía. Según afirma, apenas está dando los pasos -poco a poco- para serlo: vivir más experiencias, tomar herramientas a través de la lectura de quienes llevan su vida escribiendo y que le destruyan un texto hacen parte de los pasos que aún le faltan para considerarse como tal.

Aun así, fue uno de los primeros ganadores del Concurso de cuento Sin Barreras, con su historia Secuestro exprés. Una historia que se enmarca en el desfile de carros antiguos y comparsas, en el que los jeeps se visten con toda clase de adornos y se apoderaban del espectáculo, haciendo figuras con ellos, levantándolos en sus llantas traseras o delanteras; el desfile de Yipao. Lo que había querido plasmar en una crónica se convirtió en cuento. “Tengo familiares que han sido policías y parte de las fuerzas armadas”, relata Cristian, quien trató de combinar todos estos elementos para contar una historia común en Colombia, pero de una forma diferente, generando incertidumbre en los lectores. 

Mientras vivía en Bogotá, escribía de a párrafos por semana, paraba y luego lo retomaba, así hasta que fue fluyendo. Jamás pensó que ganaría con ese texto, confiesa, “creo que ese es un mal que sufren todos los autores, aquellos textos que son de nuestro agrado van quedando en el tintero, y otros, los que nos parecen más simples… son los que más le gustan a la gente”. Pero bueno, el periodista no escribe para sí mismo como periodista, sino para la gente que lo lee, concluye. 

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